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Vista de la ciudad |
Ciudad global e identidad
Para reflexionar sobre la formación de la identidad en una ciudad global, detengámonos primero en la situación actual. Las áreas urbanas están signadas hoy por la alta densidad poblacional, y por ser un 'entorno construido' en función de las necesidades humanas.
Por primera vez en la historia de la humanidad, la mayor parte de la población mundial vive en áreas urbanas (según la División de Población de las Naciones Unidas). Si tenemos en cuenta a todos los entornos urbanos del mundo, encontraremos algunos rasgos en común:
- La pérdida de sostenibilidad de la vida rural, que lleva a la migración interna del campo a la ciudad.
- El impacto de la migración a nivel global, caracterizado por el número más alto histórico de personas que se trasladan de un lugar a otro. Esto es algo que el artista y cineasta Al Wei Wei ha llamado un «flujo humano». Cada espacio urbano está lidiando hoy con la llegada de personas de otros países. Y cada vez hay más consenso en cuanto a que no existen distinciones reales entre refugiados 'económicos' y refugiados 'políticos', dado que las decisiones políticas son las que condicionan las realidades económicas de las personas.
- La brecha en constante expansión que existe entre los 'súper ricos' y el resto de la población, que crea localidades amuralladas en el seno de otras localidades.
- La urbanización de antiguos suburbios y áreas rurales que ocupaban el espacio intermedio existente entre los grandes centros urbanos, creando un área poblada extendida con múltiples gobiernos locales, que muchas veces no se relacionan entre sí. (Un ejemplo es la cadena urbana que se ha creado sobre las orillas del Río de la Plata y hacia el mar)
También hay gran disparidad entre el norte global y el sur global. En el norte, un fenómeno muy importante es el de la 'gentrificación' (barrios de origen modesto que adquieren valor comercial e inmobiliario y que comienzan a resultar atractivos para los más ricos). Mientras en los años 60's la población blanca abandonó las grandes ciudades, hoy se da un retorno de los más adinerados a las áreas urbanas depreciadas. Eso lleva a un aumento del valor de las viviendas y de los alquileres, que expulsa a quienes habían estado allí por décadas. Esta misma situación recién comienza a manifestarse en las ciudades del sur global.
Por otra parte, el sur global registra el fenómeno de las villas miseria, cantegriles o barrios de chabolas, que surgen en los márgenes de las ciudades, donde los migrantes de las áreas rurales conforman nuevas comunidades urbanas. Una vez vi levantarse, de la noche a la mañana, una colonia precaria de 20.000 personas en la ciudad de Juárez, México. Algo similar aunque quizá menos dramático está ocurriendo en las zonas urbanas del Río de la Plata.
En estos contextos, las personas de las ciudades intentan construir un sentido de comunidad y mantener una identidad. Esto lleva a dos tendencias contrastantes. Una es el acto de crear -o recrear- las viejas comunidades de procedencia dentro de las grandes ciudades. En la ciudad de New York, la zona de Queens está formada por una multitud de enclaves étnicos que han llegado de todo el mundo. Hay, por ejemplo, barrios en los que todos los letreros están escritos en coreano y no se oye en las calles una sola palabra en inglés. Esto no es algo muy diferente de los históricos 'barrios chinos’ que también existen en Sudamérica. Pero lo diferente aquí es la escala. Personas que vienen de un lugar determinado del mundo, y que se establecen juntas formando una nueva comunidad. Tantas son las personas que han llegado desde el Estado de Puebla –México- a la zona Noroeste de Manhattan, que hoy se ha establecido allí un consulado, conocido como «Casa Puebla». En el sur global, algo particular y similar ocurre hoy con ciertos enclaves indígenas, que se asientan dentro de los límites de las ciudades.
Lo opuesto a este fenómeno es una forma de integración en la cual las personas se identifican con la ciudad en la que viven, mucho más que con la totalidad de la nación. En ciudades como Berlín o New York, por ejemplo, un locatario se considera berlinés o neoyorkino mucho antes que como alemán o estadounidense. Algo parecido empezamos a ver también en una ciudad como Buenos Aires. Es que la dinámica de las ciudades globales logra integrar a las múltiples identidades que allí conviven, y lo hace con mucha más facilidad que la tradicional idea de nación. De ahí la tan acalorada discusión sobre lo que significa hoy ser parte de una nación.
En la ciudad global, las personas construyen sus identidades a través de las asociaciones étnicas, de los sindicatos, de los clubes deportivos y –claro-, también de las iglesias. El desafío para toda iglesia es el de si habrá de ser un simple contenedor que preserva las marcas y señales de los lugares de los que las personas han venido, o si va a servir como un espacio en el que se puedan catalizar formas creativas de integración. Ambas funciones son importantes.
La belleza más profunda de toda ciudad proviene de las nuevas formas de arte y cultura, y hasta de la comida que surge del encuentro de comunidades diversas. Nuestras iglesias poseen el llamado de recibir y facilitar ese proceso, como compañeras que somos de nuestro Creador, en la constante tarea de la creación.
Robert Brashear
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